"La bella y la bestia" está basada en el famoso
cuento homónimo tradicional, concretamente en su versión más famosa, la escrita por madame Leprice de Beaumont. Para su adaptación
cinematográfica Cocteau introdujo algunos cambios siendo los más significativos
la reducción de tres a uno en el número de hermanos de bella y, sobre todo,
añadir el personaje de un pretendiente de Bella, Avenat, encarnado al igual que
la bestia y el príncipe por Jean Marais. También parece ser que fue el escritor
y cineasta francés Marcel Pagnol quien sugirió a su amigo Cocteau que la bestia
fuese un animal carnívoro.
Llama la atención el comienzo de la película con la
aparición del propio Jean Cocteau escribiendo en una pizarra los títulos de
crédito, lo que ya de por sí es una declaración de intenciones para acto
seguido pedir, a través de un texto que aparece en pantalla, la complicidad de
la audiencia para el film con una mirada limpia libre de todo prejuicio, es
decir, verla con los ojos de un niño.
Siempre me ha llamado la atención que en esta película
aceptemos mejor y nos sea más verosímil la parte fantástica de la historia,
toda la acaecida en el castillo de la bestia y, por el contrario, sea más difícil de digerir la que a priori
podría parecer más fácil, es decir, las escenas más comunes y
"naturalistas" acontecidas en casa de Bella (Josette Day) entre su
familia y el pretendiente Avenant. Ésta es quizá la mayor debilidad que acusa
la obra, el desequilibrio (buscado o no) formal y dramático entre las escenas
fantásticas y las más realistas.
Otro aspecto que produce distanciamiento es el esquematismo
de los personajes, sobre todo en lo concerniente a la familia de Bella, así
como las afectadas interpretaciones, excesivas, enfatizadas y manieristas que
funcionan bien en la parte situada en el reino de la bestia, pero que sin
embargo chirrían en la parte localizada en el campo.
Pero si por algo ha pasado a la historia la versión de
Cocteau y que la ha situado como una referencia dentro del fantástico europeo
es por toda la acción acontecida en el reino de la bestia, todo un prodigio.
Apoyado en los decorados y vestuario por Christian Bérard, en la fotografía por
Henri Alekan y acompañado con la partitura de Georges Auric, Cocteau logra suspender el tiempo, crear un
espacio onírico, acuático. Influenciado por la pintura de la escuela holandesa
y los grabados de Doré dota al film de una atmosfera personalísima, poética, reforzada por todo tipo efectos de montaje y
trucos que hacen que los objetos del castillo tengan vida propia, desde los inolvidables
candelabros-brazo hasta espejos que reflejan en verdadero rostro de quien los
mira, pasando por cariátides vigilantes
y que tiene su punto culminante en la carrera de Bella filmada a cámara lenta
por los pasillos del castillo entre hileras de candelabros y cortinas de tul.
Cocteau pervierte el "final-moraleja" del cuento clásico, que bajo una apariencia
extremadamente cursi admite varias interpretaciones, que variaran dependiendo de la
"malicia" del espectador.
A.H.