La aparente
simplicidad formal con la que Charles Chaplin realizaba sus películas, ha hecho
que en muchas ocasiones se ensalce la parte cómica de las mismas en detrimento
de sus virtudes técnicas y de su conocimiento del medio cinematográfico, cosa a
todas luces injusta y sustentada en los tópicos y la pereza. Si se analizan sus obras con un mínimo de atención y detenimiento se aprecian soluciones formales
de gran maestría, si bien estas no son alardes destinados a epatar a la audiencia
más superficial, sino que suelen ser sutiles y tremendamente creativas.
Los mejores
momentos del cine de Chaplin suceden cuando se produce una armonía entre fondo
y forma que es potenciada con una suerte de poesía visual que emana de sus
dotes actorales y dominio del arte de la pantomima. Todo ello aúna humor con reflexión lúcida, es decir, humor crítico
e inteligente, además plasmado de una forma bella y poética.
En Armas
al hombro hay una secuencia que sintetiza todas estas virtudes, son sólo tres planos, apoyados en
una magnífica utilización del fuera de campo.
Chaplin junto a otro compañero de armas se
encuentra en una trinchera combatiendo contra los alemanes en la Primera Guerra
Mundial, encuadrados en un plano frontal los vemos comer con aparente
tranquilidad cuando los morteros enemigos comienzan explotar a su lado sin que
ellos se inmuten, siguen hablando tranquilamente. Se disponen a beber un poco
de vino; para abrir la botella Chaplin alza el brazo y las balas enemigas hacen
de improvisado sacacorchos. Beben. Su compañero le ofrece un cigarrillo; para encenderlo
vuelve a alzar el brazo. Fuman. Coge un periscopio, divisa la posición del
enemigo y con movimientos perezosos coge su fusil y apunta.
Cambio a plano
medio de Chaplin apuntando con su arma. Dispara y anota en una tablilla una
línea vertical. Nuevo disparo, otra diana, otra línea. Entre detonación y detonación
asoma la cabeza más de la cuenta y un tiro enemigo le vuela el casco, borra una
línea. Continúa descargando su arma hasta matar a cinco alemanes, que son cinco líneas en la tablilla. Matar es para él
como disparar en una barraca de feria, un acto cotidiano despojado de todo
atisbo de humanidad. El gag es hilarante, magistral; el mensaje crítico, lúcido.
Una vez más la sátira como denuncia más efectiva.
De nuevo se
repite el encuadre inicial para rematar la secuencia; los dos soldados miran
hacia el enemigo asombrados, sus miradas comienzan a describir una parábola, lo
que vislumbran les deja boquiabiertos, Chaplin apunta al firmamento rápidamente
y dispara, por el movimiento de su mirada de cielo a tierra deducimos que ha
acertado. El absurdo de la trayectoria del blanco nos hace dudar de la naturaleza de éste. Con toda naturalidad
el soldado se acerca a la tablilla y traza una nueva línea ante la
estupefacción de su compañero, que parece no dar crédito a lo que acaba de
presenciar.
Es asombroso el
nivel de depuración de toda la secuencia, y la confianza que demostraba Chaplin
en la capacidad del espectador para deducir lo que sucede, elaborando un
efectivo discurso antimilitarista en sólo tres planos y sin decir ni una sola
palabra.
Armas al hombro
fue rodada en el año 1918 y estrenada antes del fin de La Primera Guerra
Mundial, lo que añade un plus de valor al atrevimiento de Chaplin para abordar
con humor un conflicto que aún causaba muertos en ambos bandos. Me temo que hoy
la corrección política, y la hipocresía nos hubieran privado de una osadía
parecida.
A. de la Hoz.