Cuando se ven los mejores melodramas de Borzage llama poderosamente la
atención la gran intensidad emocional que logra obtener de unas historias que
rozan (cuando no superan) lo inverosímil, logrando momentos de una tremenda fuerza
afectiva que en manos de otros directores menos dotados para el melodrama rozarían
lo ridículo. Para lograr que funcione en pantalla esta exaltación del sentimiento amoroso, Borzage
necesita actores con los que el publico empatice, los habituales en sus melodramas
más recordados Janet Gaynor y Charles
Farrell son un buen ejemplo de ello. El tratamiento que Borzage da a sus
personajes está carente de cualquier tipo de doblez, cree en sus personajes y
se coloca en una posición de igualdad, aparta cualquier mirada crítica o de
superioridad. También Borzage es un excelente técnico y pone sus conocimientos
e innovaciones al servicio de la historia, intentando sacar el máximo partido a
las opciones estéticas escogidas, en este sentido en Adiós a las armas hay una secuencia con un innovador uso de la
cámara subjetiva, una planificación poco convencional para el año del estreno
de la cinta, 1932, y que Borzage utiliza para dotar de clímax el encuentro de
los dos amantes.
Frederic Henry (Gary Cooper) es un conductor de ambulancias destinado
en el frente italiano durante la primera guerra mundial. En un hospital conoce
a la enfermera Catherine (Helen Hayes), los dos se enamoran, manteniendo su
amor en secreto porque están prohibidas las relaciones entre las enfermeras y
los soldados.
Frederic es herido en el frente y es atendido por su amigo Rinaldi
(Adolphe Menjou), al que también le gustaba Catherine. Borzage dedica una
escena a la conversación que tienen Frederic y Rinaldi; mientras éste le
atiende mantiene una conversación en la que hablan de varios temas, pero que
narrativamente sólo tiene un fin, informarnos de que Frederic va a ser
trasladado al hospital en el que está Catherine. Ahora el espectador tiene la
información y además empatizando con el personaje de Frederic espera el reencuentro
con Catherine tanto como él.
Al llegar, los camilleros bajan a Frederic de la
ambulancia en una camilla y comienzan a trasladarlo a su habitación. Al entrar
en el hospital, sorprendentemente, Borzage cambia la habitual planificación y
utiliza un encuadre desde el punto de vista de Frederic, es decir, nos pone en
su lugar, siendo ahora nosotros sus ojos, deseando el que aparezca Catherine.
Comienza un travelling subjetivo en el que vemos los arcos del techo,
de vez en cuando, entrando en el encuadre, de repente, la cara de algún camillero.
La camilla se detiene justo debajo de la cúpula del hospital (detalle que
tampoco es gratuito y que añade un elemento de misticismo siempre grato a
Borzage), Frederic pregunta el porqué de la parada. Aparece de repente el rostro
de la jefa de enfermeras para pedirle los papeles médicos.
A la llegada a su habitación el plano, igualmente subjetivo, cambia de posición, siendo frontal, de esta
manera podemos ver la puerta de entrada a la habitación. El punto de vista
subjetivo permite a Borzage adoptar encuadres muy cerrados, lo que implica que
las apariciones de los personajes son repentinas, añadiendo un elemento de
suspense, sabemos que Catherine tiene que aparecer, y la aparición de otros
personajes hace que el deseo del encuentro crezca.
En la habitación también se establece un juego con la profundidad de
campo y la iluminación. En el encuadre vemos la puerta al fondo, pero está
fuera de foco, cuando los dos camilleros abandonan la habitación se cruzan en la puerta con una
enfermera, al estar fuera de foco y en una zona de sombras solo la distinguimos con claridad al acercarse,
no es Catherine. La utilización de los recursos visuales y la planificación es
portentosa. La puerta está cerrada,
cuando la enfermera se dirige hacia ella para abandonar la habitación vemos que
la puerta se abre y aparece Catherine, se para en la entrada, mira a Frederic
(nos mira) y se acerca a besarlo (besarnos), seguimos en plano subjetivo, la
pantalla se torna gris durante el beso, Catherine se separa un poco y
vislumbramos su ojo desenfocado. La modernidad y el valor de ese plano siguen
asombrando ochenta y tres años después. Como último apunte diremos que en toda
la secuencia Borzage no utiliza música alguna, en el momento de la aparición de
Catherine lo convencional hubiese sido utilizarla, pero Borzage
consecuentemente con el uso del punto de vista subjetivo no la emplea.
La modernidad es una cuestión de estilo y talento.
A. de la Hoz.
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