jueves, 17 de julio de 2014

THE TURIN HORSE. Bela Tarr. 2011.

RUTINAS.




Un paisaje hostil, agreste. En la lejanía vemos un árbol, apenas lo distinguimos debido al fuerte viento que hace volar hojas y polvo. Lo advertimos a través de una ventana, por la que los protagonistas de la película, un anciano (János Derzsi) y su hija (Erika Bók) miran a menudo, dejando pasar el tiempo con resignación(gestos vistos anteriormente en varias ocasiones),  lentamente el plano se va abriendo, suena la repetitiva e inquietante música compuesta por Mihály Víg. Nos encontramos en el comienzo de otro de los magistrales planos secuencia que componen "The Turin horse".
Muy lentamente la cámara retrocede, podemos distinguir paulatinamente más cosas, ya casi vemos la ventana al completo, la silueta del padre resignado y cabizbajo con una manta sobre los hombros al lado de ésta. Continúa el movimiento de retroceso, ahora vemos en el primer término del plano a la hija, que está cosiendo junto a la mesa,  al fondo, al padre que sigue inmóvil observando el exterior a través de la ventana. La hija acaba de coser, se levanta y desaparece por la izquierda del encuadre, el padre sigue inmóvil. Vuelve a aparecer la hija, con dos platos y un cuenco de sal, la cámara se desplaza a la derecha y nos muestra la mesa encuadrada en una simetría casi perfecta. Al fondo del plano seguimos viendo al padre que se incorpora y se sienta a la mesa. Vuelve a aparecer la hija sosteniendo un cuenco con dos patatas, se sienta y los dos comen. El viejo acaba primero, se levanta y acude de nuevo a la ventana, la cámara lo sigue y lo encuadra en el centro, de nuevo otra vez la simetría. Tarr mantiene el plano sostenido unos segundos y funde a negro. Todo el plano secuencia dura unos 5 minutos.


Con este plano secuencia Tarr consigue varias cosas:
1. Belleza formal. La cadencia de los movimientos de la cámara, los encuadres sucesivos y las composiciones simétricas nos muestran diferentes imágenes de gran belleza plástica, a lo que contribuye de gran manera la magnífica fotografía en blanco y negro de Fred Kelemen.
2. Mostrar el lento discurrir del tiempo. De haber fragmentado la secuencia mediante el montaje se hubiera diluido el efecto tiempo. Tarr dilata el tiempo sirviéndose del plano secuencia.
3. Rutina. Todo lo que sucede en el plano secuencia lo hemos visto con anterioridad, pero rodado de manera diferente. Todo es repetición pero con pequeñas variantes. El plano sostenido final es idéntico a otro que aparece en el minuto veinticuatro. Las dos secuencias concluyen con el mismo encuadre. La sensación de repetición también esta acentuada mediante el uso de la música de Mihály Vig, una única melodía que se repite a lo largo de todo el metraje.

Además del plano secuencia, Tarr utiliza en varios momentos una interesante planificación. En ocasiones empieza  las secuencias con un plano estático de elementos inanimados, sosteniéndolo unos segundos, para posteriormente añadirles "vida", consiguiendo así un encuadre mucho más atractivo. Por ejemplo, muestra una cama y una mesita unos segundos y luego aparecen padre e hija en el encuadre, enriqueciéndolo. Posteriormente cuando ambos intentan huir inútilmente muestra un plano en el que vemos un árbol al fondo y hojas revoloteando por el viento, luego aparecerán en la lejanía las figuras humanas, creando así una composición mucho más rica. Más adelante muestra la fachada de la casa,  para posteriormente ver el rostro de la hija en la ventana y las riendas del caballo en el suelo de nuevo, creando un encuadre mucho más sugestivo.


Esta planificación que puede parecer gratuita por meramente estética no lo es tanto. Es como si Tarr nos mostrase primero como sería el mundo si la vida humana desapareciese y posteriormente añade personas creando algo más bello, sin renunciar con ello a la tristeza y la resignación existencial.

A de la Hoz.