domingo, 12 de julio de 2015

ARMAS AL HOMBRO. Charles Chaplin. 1918.

EN LAS TRINCHERAS.



La aparente simplicidad formal con la que Charles Chaplin realizaba sus películas, ha hecho que en muchas ocasiones se ensalce la parte cómica de las mismas en detrimento de sus virtudes técnicas y de su conocimiento del medio cinematográfico, cosa a todas luces injusta y sustentada en los tópicos y la pereza. Si se analizan sus obras con un mínimo de atención y detenimiento se aprecian soluciones formales de gran maestría, si bien estas no son alardes destinados a epatar a la audiencia más superficial, sino que suelen ser sutiles y tremendamente creativas.
Los mejores momentos del cine de Chaplin suceden cuando se produce una armonía entre fondo y forma que es potenciada con una suerte de poesía visual que emana de sus dotes actorales y dominio del arte de la pantomima. Todo ello aúna humor  con reflexión lúcida, es decir, humor crítico e inteligente, además plasmado de una forma bella y poética.


En Armas al hombro hay una secuencia que sintetiza todas estas  virtudes, son sólo tres planos, apoyados en una magnífica utilización del fuera de campo.
 Chaplin junto a otro compañero de armas se encuentra en una trinchera combatiendo contra los alemanes en la Primera Guerra Mundial, encuadrados en un plano frontal los vemos comer con aparente tranquilidad cuando los morteros enemigos comienzan explotar a su lado sin que ellos se inmuten, siguen hablando tranquilamente. Se disponen a beber un poco de vino; para abrir la botella Chaplin alza el brazo y las balas enemigas hacen de improvisado sacacorchos. Beben. Su compañero le ofrece un cigarrillo; para encenderlo vuelve a alzar el brazo. Fuman. Coge un periscopio, divisa la posición del enemigo y con movimientos perezosos coge su fusil y apunta.


Cambio a plano medio de Chaplin apuntando con su arma. Dispara y anota en una tablilla una línea vertical. Nuevo disparo, otra diana, otra línea. Entre detonación y detonación asoma la cabeza más de la cuenta y un tiro enemigo le vuela el casco, borra una línea. Continúa descargando su arma hasta matar a cinco alemanes, que son  cinco líneas en la tablilla. Matar es para él como disparar en una barraca de feria, un acto cotidiano despojado de todo atisbo de humanidad. El gag es hilarante, magistral; el mensaje crítico, lúcido. Una vez más la sátira como denuncia más efectiva.
De nuevo se repite el encuadre inicial para rematar la secuencia; los dos soldados miran hacia el enemigo asombrados, sus miradas comienzan a describir una parábola, lo que vislumbran les deja boquiabiertos, Chaplin apunta al firmamento rápidamente y dispara, por el movimiento de su mirada de cielo a tierra deducimos que ha acertado. El absurdo de la trayectoria del blanco nos hace dudar  de la naturaleza de éste. Con toda naturalidad el soldado se acerca a la tablilla y traza una nueva línea ante la estupefacción de su compañero, que parece no dar crédito a lo que acaba de presenciar.


Es asombroso el nivel de depuración de toda la secuencia, y la confianza que demostraba Chaplin en la capacidad del espectador para deducir lo que sucede, elaborando un efectivo discurso antimilitarista en sólo tres planos y sin decir ni una sola palabra.
Armas al hombro fue rodada en el año 1918 y estrenada antes del fin de La Primera Guerra Mundial, lo que añade un plus de valor al atrevimiento de Chaplin para abordar con humor un conflicto que aún causaba muertos en ambos bandos. Me temo que hoy la corrección política, y la hipocresía nos hubieran privado de una osadía parecida.


A. de la Hoz.