martes, 20 de enero de 2015

THE THIRTEEN ASSASSINS. Eiichi Kudo. 1963.

DEBER SAMURÁI.





   Al reputado samurái Shinzaemon Shimada (Chiezo Kataoka) le han encomendado  la misión de asesinar al cruel hermano del Shogun, para así garantizar la estabilidad del estado. Es una misión de extrema dificultad, prácticamente suicida; para llevarla a cabo tiene que seleccionar un pequeño número de samuráis de gran destreza y total confianza. Uno de los elegidos por Shinzaemon es su sobrino Shinrokuro (Kotaro Satomi), uno de sus mejores discípulos, pero hace tiempo que vive apartado de la disciplina samurái, alternando en casas de geishas  y llevando una vida disipada. Shinzaemon envía a dos hombres para que le convenzan y participe en el arriesgado encargo. La reunión es un fracaso, Shinrokuro les dice que está más próximo a la geisha que lo mantiene que al código samurái y que no está dispuesto a morir por una cuestión de honor guerrero. Cínicamente, responde que él solo puede ayudar tocando su Shamisen, que es lo que hace desde que no practica con la katana. Los dos enviados se marchan ofendidos. Ante la negativa es el propio Shinzaemon quien personalmente intentará que su sobrino cambie de opinión.


   Shinzaemon aparece en escena sentado en el suelo preparando sake, acto seguido entra Shinrokuro y se sienta junto a él. La gestualidad de Shinzaemon denota la seguridad y la calma propia de un maestro, algo que transmite magníficamente la interpretación de Kataoka. Beben y bromean acerca de lo sucedido. Shinrokuro acaricia a un gato mientras toma sake y compara su comportamiento al de los felinos, que conservan su independencia y no se deben a ningún amo. Su tío le contesta calmadamente que parece preferir ser el gato de una geisha al perro de un samurái y le dice que no quiere gatos que le complazcan. Acto seguido le pide que le acerque el shamisen, lo cual sorprende a su sobrino que parece ignorar que su tío sabe tocarlo. Shizaemon comienza a relatar a su sobrino que a su edad, al igual que a él, no le gustaba la vida de samurái y que en un momento dado pensó en ganarse la vida tocando el samishen, pero hacerlo bien era mucho más difícil de lo que parecía y que descubrió que era mucho más fácil morir cómo un samurái que aprender a tocarlo con destreza.

   Hasta este punto toda la secuencia ha transcurrido dentro de lo convencional, planos generales para presentar la escena y plano/ contraplano para los (brillantes) diálogos; pero a partir de este momento Eiichi Kudo rompe con la planificación más común (y cómoda) para mostrarnos el cambio de opinión de Shinrokuro mediante una combinación de música diegética e imágenes.


   Shinzaemon comienza a tocar el shamisen, un plano general  nos muestra a los dos desde fuera de la estancia; toca con cierta torpeza, parecido a como lo había hecho su sobrino en una escena anterior. Pasamos a un plano medio de shinzaemon, concentrado y tocando algo más fluido, luego cambio a un plano de detalle de su mano sujetando el bachi y pulsando las cuerdas más rápido aún. Plano de su sobrino, cara de sutil perplejidad. Pasamos al mismo encuadre anterior, pero cambiando de ritmo, ahora pulsa las cuerdas mucho más lentamente. Eiichi Kudo introduce ahora un plano de la geisha con quien vive Shinrokuro; estaba escuchando la conversación, mira al vacio con resignación. Plano medio de Shinzaemon concentrado, que acelera de nuevo el ritmo demostrando su virtuosismo con el instrumento. Otro plano del sobrino mientras  la música se acelera cada vez más, esta vez la cámara se aproxima a su rostro. Plano de detalle pulsando las cuerdas tan rápido que casi no podemos verla, que enlaza con otro de la silueta de Shinzaemon saliendo de la casa mientras la cámara retrocede, la música sigue invadiendo la escena, está tocando un  virtuoso. Ya sabemos que Shinrokuro ha cambiado de opinión.



   Eiichi Kudo mediante el uso de la música diegética  y una planificación estudiadísima, cada vez cerrando más los encuadres y con dos únicos movimientos de cámara contrarios, uno de acercamiento y otro de alejamiento, ha conseguido que sepamos lo que pasa por la mente de un personaje. Los mediocres lo hubieran solucionado mediante unas líneas de diálogo.

A. de la Hoz.

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